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María Rosa Lojo y las mujeres que hicieron literatura a lo largo de la Historia argentina
Formosa: En diálogo exclusivo con Cronopio, María Rosa Lojo, doctora en Letras, escritora e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), brindó su opinión acerca del rol que ocuparon las mujeres que hicieron literatura a lo largo de la Historia argentina.
 
En este sentido, la especialista destacó la obra de Eduarda Mansilla y remarcó que la labor literaria de las mujeres no fue valorada de la misma forma que la producción de los autores varones, en un país en el cual los hombres construyeron los cimientos del canon literario. A su vez, se refirió a la percepción que existe en la actualidad acerca de las literatas argentinas.
Cronopio: ¿Qué escritoras argentinas considera más importantes y cuáles fueron subestimadas? ¿En qué momentos históricos no lograron ser visibilizadas y por qué motivos?
MRL: Hay que empezar por el principio: el siglo XIX. Tenemos una clara tradición fundadora de varones escritores que constituyen nuestra piedra basal de literatura “clásica”, “canónica”: Echeverría, Mitre, Sarmiento, Mármol, Lucio V. Mansilla, Cambaceres, entre otros. Pero ese núcleo fundador no incluye a las escritoras como pares. Sin embargo, también estaban ahí: Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla (hermana de Lucio V.), Juana Manso, entre las principales. Ricardo Rojas dedica a las autoras un capítulo de su pionera historia sistemática de la literatura argentina, pero como un fenómeno aparte, una suerte de “rareza” o “novedad”, y las agrupa no por los rasgos intrínsecos de sus obras sino por su mera condición femenina.
Por supuesto, era una novedad en el Río de la Plata que las mujeres escribiesen. No se las preparaba con una educación similar a la masculina como para que pudieran hacerlo, y no estaba bien visto que se “expusieran” a la luz pública y dieran qué hablar. Fueron muy criticadas por los más tradicionales y conservadores cuando se animaron a publicar revistas y libros, que solían firmar con seudónimo, sobre todo si eran de familias conocidas (por eso rubricaron sus novelas Mercedes Rosas de Rivera como “M. Sasor”, y Eduarda Mansilla como “Daniel”; una era la hermana y otra la sobrina de Juan Manuel de Rosas).
Aunque no escribían todas de la misma manera por ser mujeres, las literatas tenían ciertos objetivos y perspectivas comunes: el reclamo por la educación igualitaria para varones y mujeres (la “ilustración” que se les retaceaba), una posición contraria a las guerras civiles que desangraban al país, y una mirada mucho más perceptiva y atenta que la de los varones canonizados sobre los subalternos (parte de los cuales eran ellas mismas: minorizadas, secundarizadas en cuanto sujetos intelectuales, políticos, civiles).
 
La inmensa mayoría no pudo acceder a los grandes diarios de la época. Tuvieron que conformarse con publicar en revistas femeninas que a menudo eran dirigidas por varones pero que tenía un “público modelo” restringido, de mujeres. Aunque se ha avanzado mucho a nivel especializado en el descubrimiento, reconocimiento y estudio de sus aportes, en el nivel del público general y el imaginario colectivo, la situación no ha variado mucho. ¿Cuántos argentinos saben, por ejemplo, que Eduarda Mansilla publicó en 1880 el primer libro de cuentos para niños y jóvenes de la Argentina? ¿En cuántas escuelas del país hay al menos un ejemplar de ese volumen en la biblioteca? Sin embargo, existe una edición crítica reciente de Hebe B. Molina (UnCuyo-CONICET): Cuentos (1880), que se lanzó en 2011 en la colección EALA (Ediciones Académicas de Literatura Argentina), dirigida por mí, en la editorial Corregidor. 
Cronopio: ¿Qué obras considera más relevantes de esas autoras, y por qué razones?
MRL: Me aboqué especialmente durante mucho tiempo a la obra de Eduarda Mansilla, como directora de un Proyecto de Investigación Plurianual del CONICET. Y también como escritora: es la protagonista de mi novela ‘Una mujer de fin de siglo’ (1999), que se inspira en su vida.
Adelantada y fundadora, vanguardista en el sentido etimológico del término, Eduarda Mansilla abre caminos en muchos campos. Se halla entre las primeras autoras de relatos de viaje, y es la segunda mujer argentina en publicar un libro de este género. Aunque siempre se señala a Lucio como el gran precursor del Martín Fierro, ella, y no su hermano, introduce en la literatura el tópico del gaucho perseguido y la vida posible de un blanco entre los indios, ya desde ‘El médico de San Luis’ (1860).
 
Ella postula por primera vez el episodio de Lucía Miranda (de la mencionada crónica ‘La Argentina manuscrita’) como piedra fundadora de una futura nación mestiza, simbolizada por la pareja interétnica de Alejo y Anté. También, es la primera que coloca a los luego invisibilizados afroargentinos en espacios protagónicos literarios de reivindicación. A su vez, es autora de la primera novela argentina escrita en francés, elogiada por Víctor Hugo, que constituye también su gran obra de madurez: ‘Pablo, ou la vie dans les Pampas’ (‘Pablo, o la vida en las Pampas’).
Sus ‘Creaciones’ (1883), publicadas también en EALA, en la edición crítica de Jimena Néspolo (CONICET), se hallan en otro umbral: el del “gótico rioplatense”, una “poética de la imaginación y la desmesura”, la llama Néspolo, que reconocerá sucesoras contemporáneas, como la inquietante Silvina Ocampo.
 
La prensa es otro terreno en el cual Eduarda descuella y precede. Es la autora que alcanza una presencia más sostenida y asidua en medios que no eran los exclusivamente “femeninos”, como La Nación, El Nacional, La Gaceta Musical, con artículos de opinión sobre diversos temas de actualidad, además del arte y la moda. Así lo prueba la monumental edición crítica de sus escritos periodísticos completos (EALA, 2016), a cargo de Marina Guidotti (Universidad del Salvador), junto a todas las noticias de y sobre Eduarda que aparecieron en la prensa periódica. Sin embargo, constata Guidotti, aún es una asignatura pendiente la debida inclusión de Eduarda en las historias generales del periodismo, fuera de los libros especializados en periodistas mujeres. 
Cronopio: El cautiverio es una de las temáticas recurrentes en la literatura argentina en general, y de las obras escritas por mujeres en particular. ¿Por qué cree que se da esta situación?
MRL: Es notable que en 1860 dos escritoras: Eduarda Mansilla y Rosa Guerra, publiquen de manera casi simultánea novelas con el mismo tema: Lucía Miranda, la primera y legendaria cautiva blanca. En ese año bisagra, entre Cepeda (1859) y Pavón (1861), se estaba decidiendo el futuro de la Argentina como república y, por supuesto, el papel, en ella, de todos los subalternos. Tanto las mujeres como los aborígenes lo eran, en diversos sentidos. Ahora bien, lo que el episodio de Lucía Miranda escenifica, ya desde su origen en la crónica rioplatense de Ruy Díaz de Guzmán (1612), es el ambiguo papel mediador de las mujeres: entre Naturaleza y Cultura, entre “civilización” y “barbarie”, entre el “honor” (familiar y colectivo) y el deseo (propio). Su precario y difícil estatuto, atadas a los mandatos que emanan de la fuerte regulación social de sus cuerpos (objetos eróticos, instrumentos reproductores). En cualquier sociedad son o corren el riesgo de ser cautivas: también en la “civilizada”. Por eso, creo, el tema recurre siempre: ¿qué hacemos con las mujeres?, ¿qué hacen o debieran hacer las mujeres con ellas mismas?
Esto es lo que se pregunta el personaje de Eduarda Mansilla en mi novela ‘Una mujer de fin de siglo’, cuyo gran tema, creo yo, es el de la autonomía femenina y su posibilidad. Decidir si, como dijo Borges de Victoria Ocampo, una mujer podrá dejar de ser sólo “genérica”, para vivir como un individuo (es decir, como se considera que debe vivir el “humano paradigmático” varón).
 
Cierro esta pregunta con la cita de un fragmento de la novela, que está dentro de una carta dirigida por mi Eduarda ficcional a su hija: “¿Qué es una mujer? Lo que no es un hombre, dicen aquellos que lo saben todo. Un hombre enfermo o defectuoso. Un ser en negativo, hecho de carencias, de privaciones, de vacíos, de huecos. ¿Qué es una madre? -siguen-: tal vez el único estado en que el vacío se llena y una mujer parece transformarse en ser humano completo. O en algo más y algo menos que un individuo humano: en una institución, un símbolo obligado a representar la propia maternidad durante todo el resto de su vida. Un templo en cuyas paredes se alinean, como dioses, las imágenes de los hijos.
Pero una mujer está hecha con los restos mutilados de una niña, con la memoria de un germen de libertad, cuando aún se nos veía llenas y no vacías, cuando existíamos por nosotras mismas. Cuando no estábamos encadenadas al sexo que nos humilla porque no disponemos de él, ni al hijo que nos glorifica. 
¿Qué tendría que ser una mujer? Lo que ella quiera. Solamente eso”.
Cronopio: ¿Cómo considera usted que son valoradas las mujeres que hacen literatura en nuestro país? ¿Cómo describiría su experiencia, como investigadora y como autora literaria?
MRL: Las escritoras suelen hacerse visibles sobre todo cuando publican libros de éxito para un público mayoritario. El problema es que la producción femenina más percibida hoy a ese nivel, probablemente es la llamada “novela rosa” (sobre todo la de fondo histórico). Temo que eso contribuye a estereotipar a las mujeres, otra vez, sólo en el plano de lo erótico-sentimental, con clichés de género. Por eso en parte se suele creer que las novelas históricas, si las firman autoras, necesariamente van a ubicarse en ese marco (lo cual es falso y se comprueba leyendo a Mabel Pagano, Silvia Miguens, Sylvia Iparraguirre, Reina Roffé, Alicia Dujovne Ortiz, Silvia Plager y otras; tampoco yo escribo en esa línea). 
No obstante, creo que en la última década se avanzó bastante en cuanto a reconocer que las escritoras se adscriben a marcos genéricos muy diversos (poesía, novela policial, microficción, neogótico, ensayo, crónica, novela de cualquier perfil). 
También se han vuelto más visibles en cierto plano de “canonización”, a través de premios institucionales no comerciales.
En lo personal, cuando recibí en diciembre pasado el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, me di cuenta, repasando el listado (sin duda impresionante en cuanto a la calidad y significación de los premiados, más allá de su género) de que había muy pocas escritoras reconocidas con ese galardón (apenas poco más del 10% en todas las ediciones que lleva este premio desde 1945). Pero en 2016 lo había recibido Luisa Valenzuela. También el año pasado Angélica Gorodischer fue distinguida con el Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes. Y hay un porcentaje creciente de mujeres en los Premios Nacionales de Literatura.
Asimismo, hay más escritoras argentinas traducidas y/o premiadas fuera de nuestras fronteras. Vemos que este fenómeno es cada vez más frecuente en las nuevas generaciones, con nombres como Mariana Enríquez o Samantha Schweblin. Y esa valoración, claro, repercute positivamente dentro de nuestro país.
Todavía falta, empero, para que la percepción del papel tanto colectivo como individual de las escritoras se incorpore plenamente en la historiografía literaria. Siempre eso suele tardar un poco más. 
Aún vemos a las autoras agrupadas en capítulos “de género”, o no se aquilata lo bastante su incidencia innovadora en campos como el nacimiento y consolidación de la novela argentina o en la literatura gótico-fantástica, donde siempre se postuló a Eduardo Holmberg como el gran antecedente, sin reparar en Juana Manuela Gorriti o Eduarda Mansilla. Pero eso va cambiando; espero que dentro de no muchos años sus nombres y sus libros estén presentes de manera natural en las historias literarias y en las currículas generales, no sólo en apartados y en seminarios.
 
Fte e Img: La Mañana Online
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