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Literatura & Libros

LA NIÑA PERDIDA

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Cerrando la saga "Dos amigas", la columnista Nora Blok analiza la última obra protagonizada por Lina y Lenú, ya en una etapa adulta donde aparecen las reflexiones y los planteos sobre lo vivido.
Río Negro - Bariloche: Con “La niña perdida” se cierra la saga de “Dos Amigas” de Elena Ferrante. Una serie con alto número de lectores en el mundo, una autora que decidió escudarse en el anonimato (descubierto, al fin) y una editorial que montó una estrategia para que se escurriera por los carriles del éxito.
Desde la infancia hasta esta edad avanzada, Lenú y Lina están inmersas en un tiempo que se despliega con variadas situaciones y se dispersa -una de ellas- en espacios diferentes de Italia y el mundo. La otra permanece anclada en el barrio que las vio crecer.
En el juego de la escritura, la voz narradora ya no oculta el origen de la complicada relación de amistad: la envidia. Una por trascender; la otra por permanecer y contar con una inteligencia singular.
Ambas no cejan en una dualidad extraña de necesidad mutua y de desapego airado. De allí, las tribulaciones, las preguntas retóricas, las acciones insensatas y pacíficas. Inseparable mezcla enrollada en las trayectorias de vida de cada una.
El barrio vuelve a reunirlas. Una vive abajo y otra arriba. Paradoja de los altibajos que la amistad desnuda y despliega en una descripción psicológica sin atenuantes. Es este –sin dudas- un logro de una muy buena descripción de los personajes.
Actores que rodean a las protagonistas y en su habitual silencio o en su verborragia hostil revelan a qué están amarrados y persiguen con denuedo proseguir o revertir su estado.
El examen de por sí se hace más hondo y sutil en esta narrativa psicológica, interior y a la vez problemática. Lo visible e invisible se acerca y se esconde en un duelo del que no es fácil librarse.
La camorra como origen de muertes y negocios confusos en una ciudad en que la violencia se enseñorea, las luchas políticas, los acuerdos deshonrosos, los intelectuales ocultos detrás de antifaces que se desploman, son infaltables.
En esa galería de sucesos, dos episodios que atan y desatan el vínculo entre las amigas contados con una tensión narrativa va expandiendo especies de capas interiores en correlación con la potencia con que deben resistirlos.
Uno de ellos, el terremoto del “23 de noviembre de 1980”. Se agolpan recuerdos. Lina “(…) se desprendió de golpe de la mujer que había sido hasta un minuto antes – la que sabía calibrar con precisión pensamientos, palabras, gestos, tácticas, estrategias-, como si en esas circunstancias la considerara una armadura inútil. Ahora era otra”.
En cambio, Lenú confiesa: “Yo jamás habría sufrido una metamorfosis tan brusca, mi autodisciplina era estable, el mundo seguía a mi alrededor con naturalidad incluso en los momentos más terribles”.
En estas circunstancias, las dos explicitan el pánico de modo desigual. Y siempre es el comportamiento disímil. Mantos distintos ante el desborde del Vesubio que se colapsan y obligan a expandir el terror que las aviva.
El otro suceso, la maternidad que coincide. Dos niñas que llegan al mundo y dos amigas cuyos comportamientos opuestos -en la peregrinación de sus ocurrentes vidas- manifiestan lo que pervive más allá de lo que han debido afrontar.
Hijos de padres distintos, en ambos casos. Relaciones conflictivas y armónicas durante un lapso, fracturas que se alternan y una niña perdida que desbarranca a quienes quedan sin el consuelo de saber cómo, por qué y quién provocó tal desatino.
Por otra parte, la enfermedad y la muerte de la madre de Lenú despliega una suerte de alivio para ambas y, en el reencuentro antes de la ceremonia del adiós, confesiones inesperadas dan repuesta a un vínculo espinoso y sedimentado a lo largo de los años.
Una suerte de resortes dinámicos aflora en la construcción de la historia. Es Nápoles el reducto que no se abandona o que se lo observa desde la distancia. Es una Lina que se pierde en la búsqueda de encontrar sentido a lo que la rodea, tras un encierro enigmático en las bibliotecas.
Es una investigación y explicación del origen de cada monumento o edificio napolitano. Extenso y voluminoso, retarda la acción. Tiene una interlocutora y detrás de ella el desasosiego de un alma que yerra con pena disimulada.
Es Lenú quien rompe con esquemas tradicionales, se atreve y continúa para adoptar el papel de mujer escritora sola con sus hijas por el mundo y sus nietos. No se compadece y, por el contrario, el empeño la sostiene.
En definitiva, la saga no es sino el encuentro y desencuentro de las dos amigas con una estructura íntima en términos de arquitectura definida, sólida y estable. Las peripecias descritas son diferentes y distintas la perspectiva visible de un revelador contenido humano.
El cierre categórico con el encontronazo de un paquete y envueltas las muñecas de cuando la infancia solo permite los vínculos de la risa, el juego, la complicidad y la travesura señala el recobro de un añejo episodio y el regreso de la incertidumbre.
Aunque también de una decisión de clausura: "A diferencia de lo que narran los cuentos, la vida real, cuando ha pasado, no se asoma a la claridad sino a la oscuridad. Pensé: ahora que Lina se ha dejado ver así de clara, debo resignarme a no verla nunca más”. Y la evidencia de quién es la hija del zapatero Cerullo: Lina (o Lenú) y qué alcance tiene aquello de “una amiga estupenda”.
Fte e Img: Bariloche 2000
https://www.bariloche2000.com/noticias/leer/la-nina-perdida/110419

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