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SAINT EXUPÉRY EN PATAGONIA

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Antoine de Saint Exupéry en la Patagonia
Río Negro - Viedma: El 31 de julio de 1944, hace 75 años, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, despegaba desde la isla de Córcega, en misión de reconocimiento, el piloto poeta Antoine de Saint-Exupéry.
 
Fue su último vuelo. Porque encontró su destino entre las nubes y las estrellas, lo mismo que “El Principito” de su libro más hermoso.
La vida de Saint-Exupéry quien había nacido un 29 de junio de 1900, estuvo  muy ligada a nuestro país, ya que fue piloto de Aeroposta Argentina S.A., empresa pionera de los vuelos en la Patagonia, allá por la década del ’30 del siglo XX.
En 1929 partió en vuelo inaugural desde el aeródromo de Harding Green con rumbo final a Comodoro Rivadavia, previas escalas en Trelew y San Antonio Oeste, el avión piloteado por Antoine de Saint Exupéry. Este servicio fue prolongado en abril de 1930 hasta Río Gallegos, con escalas en Puerto Deseado, San Julián y Santa Cruz.
La finalización de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) señaló el comienzo de la aviación comercial en la República Argentina. El material de aeronavegación llegó a nuestro país en 1919, a través de la Misión Aeronáutica de Francia que integró el piloto riojano Vicente Almandos Almonacid, un joven que se había enrolado como voluntario para la lucha aérea, por las naciones aliadas, y que en suelo argentino recibió homenajes como un auténtico héroe.
Almonacid fue el encargado de realizar vuelos de exhibición y experimentación. Las máquinas se transfirieron a la Compañía Franco Argentina de Aviación. Después se fusionó con The River Plate Aviation Co. Posteriormente, la misma se convirtió en la Compañía Rioplatense de Aviación, que continuó los servicios hasta 1924.
Por esos años, el territorio patagónico no contaba aún con infraestructura de caminos ni de vías férreas. Sólo el lento tráfico marítimo enlazaba por entonces las costas de la región con el resto del país. Se hacía indispensable la puesta en marcha de un servicio de transporte aéreo regular.
Después de la primera conflagración mundial, un industrial francés llamado Pierre George Latécoére vislumbró que la aviación era beneficiosa para la humanidad, por posibilitar la rapidez en las comunicaciones. Por eso en septiembre de 1918 creó una compañía aérea llamada Lignes Aeriennes Latécoére, cuyo objetivo era unir Francia con Sud América.
Por razones económicas, en 1927 la empresa vendió sus acciones al industrial Marcel Boilloux-Lafont y el nombre de la compañía pasó a ser Compagnie Aéropostale Generale, más conocida como Aéropostale, con una subsidiaria con sede en Buenos Aires.
En el sur
La iniciativa para el desarrollo de la aviación en el cielo más austral del mundo fue de Eduardo Bradly, quien con el apoyo económico que le ofrecieron Mauricio Braun (uno de los latifundistas más importantes de la época), el Banco de Chile y Argentina y de la Sociedad Importadora y Exportadora de la Patagonia S.A., obtuvo la concesión de la ruta Bahía Blanca-Río Gallegos, para el transporte de pasajeros y correo. El tramo Buenos Aires-Bahía Blanca lo realizaba el entonces Ferrocarril Sud.
La Aviación Naval, al incorporar en 1927 las primeras unidades de los entonces modernos aeroplanos –los biplanos Petrel-, encaró el relevamiento de las costas patagónicas entre Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia con vistas al establecimiento de un futuro servicio aéreo regular.
Sin embargo, le correspondería a Aeroposta Argentina S.A. hacerse cargo de todos los servicios aéreos en Argentina. El 1 de Noviembre de 1929 partió en vuelo inaugural desde el aeródromo de Harding Green con rumbo final a Comodoro Rivadavia, previas escalas en Trelew y San Antonio Oeste, el avión piloteado por Antoine de Saint Exupéry. Este servicio fue prolongado en abril de 1930 hasta Río Gallegos, con escalas en Puerto Deseado, San Julián y Santa Cruz.
Las primeras aeronaves utilizadas en esta ruta fueron los monoplanos Laté 25 y 26, con motores Renault de 450 HP, con capacidad para 4 pasajeros y correo. En 1931entraron en servicio los Laté 28, con motores Hispano Suiza de 500 HP, que podían transportar hasta 8 pasajeros.
Durante los primeros años de servicio la Aeroposta transportó en su ruta patagónica 904 pasajeros, 4.672 kilos de correspondencia y 6.586 aeropaquetes.
Las dificultades económicas por las que atravesaba la Compagnie Generale Aeropostale afectaron el desenvolvimiento de la Aeroposta, la que tuvo que suspender sus servicios en junio de 1931, aunque sólo hasta octubre de ese mismo año.
Si bien la Aeroposta prolongó su ruta hasta Río Grande (Tierra del Fuego), en 1935 se desenvolvió con grandes altibajos, debido a problemas de orden financiero.
Pero en 1936 nuevos capitales –aportados por los doctores Ernesto Pueyrredón y Adolfo García Pinto y el Vicealmirante Ismael Galíndez - se hicieron cargo de la empresa -, adquiriendo el 97% de las acciones. Un año después incorporan nuevo material de vuelo: los entonces supermodernos trimotores alemanes Junker 52 con capacidad para 17 pasajeros y tripulantes, equipado con radio y radiogoniometría para vuelo a ciegas.
Al mismo tiempo, la Aeroposta recibió la autorización para cubrir también la ruta desde Bahía Blanca hasta Buenos Aires.
El 14 de octubre de 1937 partió del aeropuerto de Quilmes, iniciando una frecuencia bisemanal al sur, el primer JU 52, LV-AAB, bautizado Patagonia, con rumbo a Río Grande.
Los primeros meses de operación constituyeron un gran éxito, realizándose en dos meses y medio de 1937 un total de 221 viajes cumplidos en 1.970 horas de vuelo; recorriéndose 330.471 kilómetros, transportándose 7.897 kilos de correspondencia, 5.814 de aeropaquetes, 23.904 cartas y 1.281 pasajeros.
En 1945 la empresa se transformó en sociedad mixta y algunos años después se fusionó con otras tres empresas para convertirse en Aerolíneas Argentinas.
El testimonio de Saint Exupéry
El nombre de Antoine de Saint Exupéry ha quedado íntimamente ligado a los comienzos de la aviación comercial en la Patagonia. Protagonista de esa esforzada etapa, Saint Exupéry ha dejado memoria perdurable de sus experiencias en dos libros: Tierra de Hombres y Vuelo Nocturno. De ellos tomamos los párrafos que incluimos a continuación:
Abandoné la escala de Trelew, rumbo a Comodoro Rivadavia, en la Patagonia. Allí se vuela sobre una tierra abollada como un viejo caldero. Ningún otro suelo, en ningún lado, muestra tan bien su desgaste. Los vientos que empujan a través de una escotadura de la cordillera de los Andes, altas presiones del Pacífico, se estrangulan y aceleran en un estrecho corredor de cien kilómetros de frente, en dirección al Atlántico, y arrasan todo a su paso. Única vegetación de un suelo raído hasta la trama, sólo la cubren pozos de petróleo, como un bosque incendiado. Cada tanto, dominando colinas redondeadas en que los vientos sólo dejaron un residuo de cascajo, se alzan montañas en forma de roda, aguzadas, dentadas, despojadas de su carne hasta el hueso”.
Durante tres meses de verano la velocidad de esos vientos, en tierra, se eleva hasta ciento sesenta kilómetros por hora. (…) Comenzábamos un vuelo penoso, cayendo a cada paso en baches invisibles. Era un trabajo manual. Durante una hora, los hombros aplastados por esas variaciones brutales, hacíamos un trabajo de estibadores. Más allá, una hora después, encontrábamos la calma”.
Nuestra máquina resistía. Confiábamos en las junturas de las alas. La visibilidad, por lo general, era buena y no planteaba problemas. Considerábamos esos viajes como una tarea dura, no como dramas”.
San Julián a la vista: aterrizaremos dentro de diez minutos. El radio comunicaba la noticia a todas las estaciones de la línea. Semejantes escalas se sucedían, cual eslabones de una cadena, a lo largo de dos mil quinientos kilómetros, desde el Estrecho de Magallanes hasta Buenos Aires”.
Al descender sobre San Julián, con el motor en retardo, Fabien se sintió cansado. Todo lo que alegra la vida de los hombres corría, agrandándose, hacia él: las casas, los cafetuchos, los árboles de la avenida. El parecía un conquistador que, en el crepúsculo de sus empresas, se inclina sobre las tierras del imperio y descubre la humilde felicidad de los hombres”.
El correo de Patagonia abordaba la tormenta, y Fabien renunciaba a evitarla con un rodeo. (…) Leyó su altura: mil setecientos metros. Apoyó la mano sobre los mandos para empezar a reducirla. (…) Sacrificaba su altura como el que se juega una fortuna. Un remolino hizo cabecear el avión, que tembló muy fuerte. (…) Fabien calculaba sus posibilidades: se trataba de una tormenta local, probablemente, pues Trelew, la próxima escala, anunciaba un cielo cubierto en tres cuartas partes. Se trataba de vivir veinte minutos apenas, en ese negro hormigón. No obstante, el piloto se inquietaba. (…) Si Trelew estaba cubierto en sus tres cuartas partes, podrán distinguir sus luces por los desgarrones de las nubes. A menos que… la pálida claridad prometida más lejos lo impulsaba a proseguir; sin embargo, como las dudas lo acuciaban, garrapateó para el radio: Ignoro si podré pasar. Pregunté si detrás de nosotros continúa el buen tiempo. La respuesta lo dejó consternado. Comodoro anuncia: la vuelta aquí, imposible, tempestad. Empezaba a adivinar la ofensiva insólita que, desde la cordillera de los Andes, se abatía sobre el mar. Antes de que hubieran podido alcanzarlas, el ciclón les arrebataría las ciudades”. 
 
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