"Los dos Papas", un relato promocional sobre las bondades del Vaticano
Entre Ríos - Paraná:Estrenada en Netflix, la última película de Fernando Meirelles muestra el juego de diferencias entre Ratzinger y Bergoglio.
El director brasileño, Fernando Meirelles saltó al reconocimiento internacional cuando en 2002 llamó la atención planetaria con Ciudad de Dios, un drama urbano, criminal y viaje iniciático ambientado en una favela de Río De Janeiro en los años 60. Luego llegaría El jardinero fiel (2005), una película imprescindible que pone foco en el desastre de los ensayos ilegales de las farmacéuticas todopoderosas en Kenia.
Hoy vuelve estar en el ojo de la crítica internacional con Los dos Papas, una gran producción que contó con el completo respaldo de Netflix, ya que la compañía de streaming quiere seguir demostrando que sus producciones son dignas del Oscar como cualquier otro filme distribuido de manera tradicional. Estrenada en noviembre en cines y que llegó a Netflix a finales diciembre, ha sido nominada a cuatro Globos de Oro, entre ellos a mejor actor y mejor película.
El gran mérito del filme son las brillantes actuaciones de Jonathan Pryce y Anthony Hopkins, las locaciones y la magnífica fotografía. No obstante, se queda sin combustible en el intento de recrear los mecanismos misteriosos y los engranajes de secretismo con los que se mueve el estado del Vaticano. Echando mano de algunos datos reales y muchas teorías de cosecha propia, Meirelles intenta resolver con poco éxito uno de los mayores giros que han marcado la historia del Vaticano en los últimos 600 años: la renuncia del papa Benedicto XVI y el sorpresivo ascenso del cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio, al trono de San Pedro.
El filme se organiza en base a un juego de opuestos, los choques de formas de ser, pensar y actuar entre ambos religiosos tratando al fin de conciliar esas enormes diferencias con una resolución cursi.
Meirelles no deja cabida a las sutilezas y marca el juego de las diferencias en base a los argentinismos de Bergoglio (el tango y el fanatismo futbolero), sus modos simples, su simpatía y su desprecio por el protocolo, en contraste con el mal talante de Ratzinger, su snobismo, inclinación al lujo y conservadurismo tajante. Sin embargo todos los temas importantes –como los abusos sexuales en la Iglesia– son repasados a vuelo de pájaro, sin profundizar en ninguno.
Mediante el recurso de los flashbacks, se muestra parcialmente la historia del joven Bergoglio (encarnado por Juan Minujín), un repaso poco acabado sobre su carrera eclesiástica, su etapa como superior de la Compañía de Jesús y la polémica en torno a una postura –como poco– cobarde durante la última dictadura cívico militar justificada como un intento de proteger a sus sacerdotes que realizaban labor social en las villas.
Pero el guión está orientado hacia la resolución simple y encuentra la forma de perdonarlo en base a su filosofía posterior como religioso, cuando en varios momentos de diálogo con Ratzinger, Bergoglio asegura –literalmente– que cambió.
En cuanto al pontífice alemán, que en un primer momento es retratado como un grinch carcamán, también hay un manto absolutorio, mostrando su lado humano más escondido, su cambio de actitud, necesidad de cariño y arrepentimiento por haber mirado hacia otro lado con respecto a los abusos sexuales cometidos por religiosos.
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