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Historia & Leyendas

EL INVENTOR DEL PUESTO DE ARQUERO

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DickRoose

El inventor del puesto de arquero que murió en la trinchera

 San Juan: El galés Dick Roose fue el mejor en el arco en aquellos años en donde el fútbol nacía. Murió a los 38 años en la Primera Guerra Mundial.
Leigh Richmond Roose, más popularmente conocido como Dick, medía un metro 86 y pesaba 90 kilos. Era ágil, atlético y audaz. Y tenía dos pasiones: jugar al fútbol y las mujeres.
Para los biógrafos del fútbol fue el inventor de los fundamentos que cualquier arquero debe tener para considerarse tal: dominio del área, buen timing para ir a buscar la pelota en los centros, potencia física y fuerza de piernas, capacidad para entender cómo se debía actuar ante cada situación de juego que se presentara.
Pero esa no es la historia que nos dispusimos a contar. Dick Roose, además de un gran arquero y de un mujeriego empedernido, tenía una altísima consideración del deber, de lo que se debía hacer y era capaz de renunciar a todo lo que amaba con tal de no traicionar sus principios.
Tanto fue así que el tipo se olvidó de sus hazañas deportivas, dejó atrás su fama del soltero más apetecible del mundo (así lo definió el Dayly Mail, en 1905) y se enfundó en un uniforme militar para pelear en la Primera Guerra Mundial más allá de que sus 37 años lo eximían de hacerlo.
En febrero de 1915 sirvió como parte del Cuerpo Médico Real en la conocida Batalla de Gallipoli, en la que británicos y franceses decidieron llevar adelante un arriesgado desembarco en las costas de Turquía para respaldar la ofensiva del Imperio Ruso por sobre los Imperios alemán, austrohúngaro y otomano.
De eso se trataba el mundo en aquellos años: de Imperios contra Imperios. Y Roose estaba allí en el medio tratando de evitar más muertes a las 250 mil que dejó aquella batalla.
Luego de esa campaña regresó a Londres y se alistó como soldado raso entre los fusileros y volvió al frente, esta vez en el frente occidental. Su habilidad y fortaleza de brazos lo convirtieron en un eficaz lanzador de granadas.
La primera vez que vio la acción en el frente, recibió la Medalla al Honor por su valentía: “El soldado Leigh Roose, que nunca antes había visitado las trincheras, se las arregló para regresar a sus filas cuando su batallón fue interceptado y luego se negó a ir a la estación de recuperación. Continuó lanzando granadas hasta que su brazo se rindió y después se unió al grupo de resistencia con su rifle”, decía la mención que se hizo cuando fue condecorado.
Finalmente Roose murió en la Batalla del Somme, al mes siguiente y 30 días antes del final de la Guerra, cuando fue alcanzado por una bomba enemiga.
Su cuerpo nunca fue recuperado. Su nombre aparece en el monumento a los soldados desaparecidos, pero debido a un error tipográfico en sus documentos de alistamiento, figuró mucho tiempo como “Leigh Rouse” hasta que el error fue subsanado.
Pero antes de su trágico final, Roose escribió una historia. Y esa historia se construyó en base a sus hazañas deportivas y de las otras, las de alcoba.
Gran parte de su popularidad procedía de su carácter extrovertido, ya que también era famoso por sus excesos. No era raro que su nombre apareciera en los diarios por alguna gresca callejera o por pegarle una trompada a algún dirigente de los clubes en donde jugaba.
Fte e Img: Diario El Zonda SJ
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